Cuando sólo contaba con 15 años se
casa con un noble, el conde Nadasdy, gran guerrero conocido
como "El Héroe Negro", y se van a vivir
en un solitario castillo en los Cárpatos.
El conde no tarda en ser reclamado en una batalla, por
lo que se ve obligado a dejar sola a Elizabeth por un
tiempo.
Al cabo de muchos momentos en espera de su marido, ésta
se aburre por el continuo aislamiento al que estaba
sometida, y se fuga para mantener una relación
con un joven noble al que las gentes del lugar denominaban
"el vampiro" por su extraño aspecto.
En breve regresa de nuevo al castillo y empieza a mantener
relaciones lésbicas con dos de sus doncellas.
Desde ese momento, y para distraerse de las largas ausencias
de su marido, comienza a interesarse sobremanera por
el esoterismo, rodeándose de una siniestra corte
de brujos, hechiceros y alquimistas.
A medida que pasaban los años, la belleza que
la caracterizaba se iba degradando, y preocupada por
su aspecto físico pide consejo a la vieja nodriza.
Ésta, le indica que el poder de la sangre y los
sacrificios humanos daban muy buenos resultados en los
hechizos de magia negra, y le aconseja que si se bañaba
con sangre de doncella, podría conservar su belleza
indefinidamente...
En esa época, la Condesa tubo su primer hijo,
al que siguieron tres más, y si bien su papel
maternal le absorbía la mayor parte del tiempo,
en el fondo de su mente seguían resonando las
palabras tentadoras de la nodriza: "belleza eterna".
Al principio intentó alejarlas de sí,
posiblemente no por falta de deseo o valor, sino por
temor a las consecuencias de cara a la aristocracia,
pero años más tarde cuando su marido fallece
no tarda en probar los placeres sugeridos por la bruja.
Al poco tiempo moriría su primera víctima:
una joven sirvienta estaba peinando a la Condesa, cuando
accidentalmente le dio un tirón. Ésta,
en un ataque de ira le propinó tal bofetada que
la sangre de la doncella salpicó su mano. Al
mirar la mano manchada de sangre, creyó ver que
parecía más suave y blanca que el resto
de la piel, llegando a la conclusión que su vieja
nodriza estaba en lo cierto y que la sangre rejuvenecía
los tejidos. Con la certeza de que podría recuperar
la belleza de su juventud y conservarla a pesar de sus
casi cuarenta años, mandó que cortasen
las venas de la aterrorizada sirvienta y que metiesen
su sangre en una bañera para que pudiera bañarse
en ella.
A partir de ese momento, los baños de sangre
serían su gran obsesión, hasta el punto
de recorrer los Cárpatos en carruaje acompañada
por sus doncellas en busca de jóvenes hembras
a quienes engañaban prometiéndoles un
empleo como sirvientas en el castillo. Si la mentira
no resultaba, se procedía al secuestro drogándolas
o azotándolas hasta que eran sometidas a la fuerza.
Una vez en el castillo, las víctimas eran encadenadas
y acuchilladas en los fríos sótanos bien
por un verdugo, un sirviente o por la propia Condesa,
mientras las víctimas se desangraban y llenaban
su bañera.
Una vez dentro de la pila, hacía que derramasen
la sangre por todo su cuerpo, y al cabo de unos minutos,
para que el tacto áspero de las toallas no frenase
el poder de rejuvenecimiento de la sangre, ordenaba
que un grupo de sirvientas elegidas por ella misma lamiesen
su piel. Si estas mostraban repugnancia o recelo, las
mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario
reaccionaban de forma favorable, la Condesa las recompensaba.
En algunas ocasiones, las víctimas que le parecían
más sanas de mejor aspecto eran encerradas durante
años en los sótanos para ir extrayendo
pequeñas cantidades de sangre mediante incisiones
afín que la dueña del castillo pudiera
bebérsela.
Por otro lado, las calaveras y los huesos eran también
aprovechados por los hechiceros del castillo, convencidos
que sólo un sacrificio humano podía dar
buenos resultados para realizar sus experimentos alquímicos.
Durante once años, los campesinos aterrados
veían el carruaje negro con el emblema de la
Condesa Báthory rastrear el pueblo en busca de
jóvenes, que desaparecían misteriosamente
dentro del castillo y que nunca volvían a salir.
Los cuerpos sin vida eran sepultados en las inmediaciones
del castillo, hasta que finalmente, sea por pereza o
descuido, tan sólo los arrojaban al campo para
que las alimañas acabasen con ellos.
Algunos aldeanos no las tenían todas consigo
por los gritos estremecedores que se oían salir
del lugar, y se empezaron a extender rumores por todo
el pueblo de que algo raro sucedía en el castillo.
Finalmente estos pueblerinos empiezan a rondar por las
inmediaciones, en dónde se encuentran con los
restos de más de una docena de cuerpos sin vida.
Éstos armaron una revuelta insistiendo que el
castillo estaba maldito y era además una residencia
de vampiros, quejándose ante el propio soberano.
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